lunes, 6 de enero de 2025

Gastos


 "Me cago en el dinero" fue una de las últimas sentencias ingeniosas, proverbiales, machadianas de mi padre. A mí me cuesta, lo reconozco. Él me animaba, consciente de que me hallo en las antípodas del derroche, a que gastara y disfrutara de los placeres mundanos, sobre todo, de los culinarios, que le perdían. Una de las historias que me contaba en su alegato era el de su estancia en un hotel de lujo, en cuya habitación se dio un baño humeante, pagada con su primer sueldo como maestro funcionario. Sin embargo, también me recordaba cómo se arrepentía, tras haberse quedado a cero, de haber pedido un crédito, cuyos intereses le costaron un ahorro esforzado durante bastantes meses. De ahí, que tanto mi madre y mi padre nos han inculcado a mis hermanas y a mí un placer responsable, sin gastar más de lo que se tiene. 

Yo, de personalidad obsesiva, intento disfrutar tal y como él me aconsejaba. Estoy "colocada", como mis padres comparten con orgullo en cualquier ocasión a colación, pero me cuesta, lo reconozco. Marcada por la crisis de principios del nuevo milenio, toda mi vida me he comedido en el gasto. Cuando fui au pair en Alemania, me contentaba con probarme ropa, hojear libros y revistas en librerías, sin adquirir nada más que lo necesario. Ahora en la edad adulta, con mi piso, funcionaria de carrera como él lo fue, mi pareja, coche, sin privaciones, puedo permitirme esos placeres a los que él me arengaba y sin embargo, como nuestros abuelos marcados por el hambre de la posguerra, sigo notando cómo me empeño en ahorrar, en no derrochar. Tengo que soltarme un poco, lo sé.

Ahora que ya conocen mis antecedentes, mis taras mentales, mi formación y educación esmerada, les confieso un placer del que no quiero privarme, desayunar fuera de casa, un café con su crema con unas tostadas de pan repleto de semillas con su aceite, su tomate, un periódico, y si además me acompaña mi pareja para poder comentarle los más interesantes artículos, mejor aún. 

Hoy, día de Reyes, he acudido a un lugar habitual de desayuno y me he encontrado con lo que ya avisaron las noticias, la famosa inflación de los precios, un año más, una subida más. Como quiero honrar la memoria de mi padre, no voy a negarme el gasto, pero no puedo evitar un rechazo a la subida. ¿De verdad es necesario? ¿ o es codicia empresarial? ¿o son las guerras? Intentaré cagarme en el dinero, pero... echemos el freno, cada vez que suben los precios hay personas, en esta sociedad cada vez más desigual, que se quedan sin alimento, sin vivienda, sin los derechos básicos, que en el siglo pasado se establecieron tras la Guerra total. Quizás sea eso, debamos explotar, espero que no atómicamente, pero vivir consiste en algo más que atesorar, consumistas y superficiales, alienados ante las pantallas. El hombre que ha atentado y atropellado a varias personas en Nueva Orleans, parece ser que es un americano, absolutamente endeudado, ¿no supo gastar?, ¿o quizás no supo vivir conforme a una sociedad en la que el placer se basa en el gasto y el crédito abusivo?

En fin, yo seguiré gastando con cabeza y corazón, gracias papi por tus lecciones.

sábado, 4 de enero de 2025

Papi. Comienza el año, sigue la vida, sigue y no cesa el recuerdo...


 Papi decía siempre que el año no comenzaba en enero, sino en septiembre con el curso, somos familia de maestros, y ya se sabe, deformación de profesión. Ateo declarado, tampoco contemplaba las fiestas católicas oficiales, intentando evitar los rituales de entusiasmo consumista. Él creía en los ciclos naturales en torno a los cuales la humanidad ha ido ficcionando, como lo es el solsticio de invierno. Él celebraba la festividad a su manera, recordando vivencias con sus seres queridos, a los que yo quería por querer emularlo, con reverencia, lo escuchaba y recreaba en mi mente, aquellas voces, rostros y situaciones, para él tan familiares y cercanas. Mi abuelo rememorando la guerra, herido en la batalla en día de Nochevieja en la fría Teruel; o aquel viaje gélido y eterno a Bilbao por Navidades con sus padres, mis abuelos, y mi tía, su hermana pequeña. 

Así, con su memoria autobiográfica, él compartía conmigo un tesoro, mantenía vivos a esos personajes de cuento real, a los que a mí me encantaba seguir dando eternidad. Él me hacía partícipe de sus momentos más especiales. Eran regalos navideños mucho más valiosos que una muñeca en mi infancia o un jersey o joya de tendencia en mi madurez. En torno a un café la conversación iba cobrando un valor incalculable.

Así también, además de recordar, además de cumplir con las comilonas estacionales, las gambas, la cecina, las listas de la compra interminables que apuntaba en pequeños papelitos, siendo el primero en entrar al Eroski, para encargar el cordero lechal, tan burgalés, los roscones (siempre alguno más del que tocaba, pues era un dulcero empedernido), él seguía con su rutina, sus quehaceres diarios, la bicicleta, su café descafeinado, si es que encontraba hueco en los bares a la tarde, con su libro (lector empedernido y voraz)  y su periódico El País, planificando los recortes de la sección de Opinión, que me mandaba por carta a posteriori, conformando y consolidando mi ideología, que le debo fundamentalmente a él, humana y cimentada en la justicia social.

Así era mi padre, y lo sigue siendo porque yo también lo recuerdo cada día, lo mantengo vivo en mí, lo homenajeo, pensándolo, lo quiero y lo querré, lo comparto con mi pareja, lo imito en todo, porque me gustaba todo de él, mi mejor amigo, mi mejor papi. Quiero amar como él amó a mi madre; quiero disfrutar como él lo hizo en sus viajes, con sus lecturas, con los días que exprimía, sin escatimar en ilusión; quiero enseñar a mis alumnos como él lo hizo. Vivo a través de él y celebro los días, no porque sea Navidad, sino porque la vida consiste en eso, en celebrar que estamos vivos, nosotros y, por supuesto, los nuestros.