sábado, 4 de enero de 2025

Papi. Comienza el año, sigue la vida, sigue y no cesa el recuerdo...


 Papi decía siempre que el año no comenzaba en enero, sino en septiembre con el curso, somos familia de maestros, y ya se sabe, deformación de profesión. Ateo declarado, tampoco contemplaba las fiestas católicas oficiales, intentando evitar los rituales de entusiasmo consumista. Él creía en los ciclos naturales en torno a los cuales la humanidad ha ido ficcionando, como lo es el solsticio de invierno. Él celebraba la festividad a su manera, recordando vivencias con sus seres queridos, a los que yo quería por querer emularlo, con reverencia, lo escuchaba y recreaba en mi mente, aquellas voces, rostros y situaciones, para él tan familiares y cercanas. Mi abuelo rememorando la guerra, herido en la batalla en día de Nochevieja en la fría Teruel; o aquel viaje gélido y eterno a Bilbao por Navidades con sus padres, mis abuelos, y mi tía, su hermana pequeña. 

Así, con su memoria autobiográfica, él compartía conmigo un tesoro, mantenía vivos a esos personajes de cuento real, a los que a mí me encantaba seguir dando eternidad. Él me hacía partícipe de sus momentos más especiales. Eran regalos navideños mucho más valiosos que una muñeca en mi infancia o un jersey o joya de tendencia en mi madurez. En torno a un café la conversación iba cobrando un valor incalculable.

Así también, además de recordar, además de cumplir con las comilonas estacionales, las gambas, la cecina, las listas de la compra interminables que apuntaba en pequeños papelitos, siendo el primero en entrar al Eroski, para encargar el cordero lechal, tan burgalés, los roscones (siempre alguno más del que tocaba, pues era un dulcero empedernido), él seguía con su rutina, sus quehaceres diarios, la bicicleta, su café descafeinado, si es que encontraba hueco en los bares a la tarde, con su libro (lector empedernido y voraz)  y su periódico El País, planificando los recortes de la sección de Opinión, que me mandaba por carta a posteriori, conformando y consolidando mi ideología, que le debo fundamentalmente a él, humana y cimentada en la justicia social.

Así era mi padre, y lo sigue siendo porque yo también lo recuerdo cada día, lo mantengo vivo en mí, lo homenajeo, pensándolo, lo quiero y lo querré, lo comparto con mi pareja, lo imito en todo, porque me gustaba todo de él, mi mejor amigo, mi mejor papi. Quiero amar como él amó a mi madre; quiero disfrutar como él lo hizo en sus viajes, con sus lecturas, con los días que exprimía, sin escatimar en ilusión; quiero enseñar a mis alumnos como él lo hizo. Vivo a través de él y celebro los días, no porque sea Navidad, sino porque la vida consiste en eso, en celebrar que estamos vivos, nosotros y, por supuesto, los nuestros.

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