sábado, 14 de marzo de 2015

Ruido, tanto tanto ruido...


El jueves mientras viajaba distraída en el autobús vuelta a casa, de repente noté cómo constantemente me sacudía la inercia de sucesivos frenazos. Asomé mi cabeza por encima del resto de pasajeros y cuál fue mi sorpresa que nos habíamos topado con el camión de la basura y un grupo de chicos jóvenes de modo ligero pero sin ningún aspaviento iban colocando los pequeños bidones individuales de cada casa o comercio de un lado y otro de la acera en el remolque del furgón. Eran las dos de la tarde y aunque estaba segura de que tal hora marcaba, volví a mirar en mi reloj una y dos veces, incrédula por la imagen que se presentaba ante mí. El autobús espero paciente y en cuanto hubo oportunidad adelantó con normalidad a los trabajadores, que siguieron con su tarea. Por la tarde cuando tuve oportunidad de ver a la madre de los niños, pregunté por el horario de recogida de desperdicios, biológicos y no, reciclados y no. Resulta que me aclaró que en Alemania se pasa a por la basura, dependiendo de qué tipo, un día o dos a la semana y que se hace durante el día, no durante la noche como en España. Ante mi cara de desconcierto me explicó que es para evitar el ruido en la noche. Lo de la frecuencia supongo que se debe a que el frío hace que los olores no se hagan demasiado molestos en la marcha diaria.
El ruido era la clave, y en cambio no les molesta a estos germanos, por ejemplo, interrumpir el tráfico, bloquear momentáneamente la calle, o simplemente ver el trabajo tachado de desagradable, excepto por los más pequeños a los que el camión y su mecánica les encanta, en su natural desarrollo, con desperdicios volando y revolcándose dentro del vehículo. Y a esto se suma que me he enterado que el trabajo de basurero en Alemania es uno de los más respetables, más que el de abogado por ejemplo, y que su sueldo es bastante digno, nada que ver con las rebajas que se quieren hacer en Madrid.
Todos estaréis de acuerdo cuando digo que en España nos encanta el ruido, vivimos con él y estamos orgullosos de que uno de los estereotipos más famosos de nuestra nacionalidad sea esta gracia natural de hablar para que todo el mundo se entere de nuestras penas o alegrías, con desparpajo y campechanía. Nuestros camiones de la basura salen por la noche y hacen ruido, pero es un ruido ensordecido ya por la costumbre y el duermevela, molesto sí, un ruido que esperamos que pase, un ruido por el que no se pregunta, se esconde en la noche. Supongo que si preguntamos a cualquiera dirá que no le importa que está bien, que nos hemos hecho.
Sin embargo, el ruido debe salir a la luz del día, un ruido verdadero, sincero, de palabras que hacen, palabras que son el arma del pueblo, palabras en alta voz, el necesario para cambiar las cosas, para que el que se tiene que enterar se dé por enterado, un ruido que se salga de la mamarrachada del tipo español, del guiñol viviente, que es movido por manos podridas de moral cristiana, que no hayan resistencia alguna, quizás un ruido nocturno, ensordecido, o un ruido teatral, vacuo, pero no el que corta los hilos, el que nos hace libres, el que evidencia las injusticias, el que muestra la verdad, la naturalidad del ser humano y no del producto. Esta próxima semana debemos hacer ruido, todo el que tenga voz y voto que no se corte, será a la luz del día, y será desagradable para algunos, pues los desperdicios y las vergüenzas serán evidentes, pero la limpieza es necesaria, Podemos con ella, Podemos hacer ruido, pero esta vez que sea en la claridad.

domingo, 8 de marzo de 2015

La primavera en Erlangen


Se asoma discreta, ya se atisba su lomo dorado, su suave y palpitante presencia. Mis labios la rozan al salir a la puerta. Las flores se enredan en ella, anhelan penetrarla hasta lo más hondo y se alzan al cielo donde sueñan fundirse, en un baño vaporoso, de aromas, de colores de ausencia de sombras. 
También nosotros con oníricos deseos salimos en su busca, la perseguimos. escapando de la umbría color ceniza, intentando dar caza a la aurora roja, al rayo invisible y a la fragancia de recuerdos que nos hagan elevarnos cual capullos renacidos al celeste donde creemos que habita ella, la vida, la primavera.
Todo se llena de arcoíris, de helados y terrazas repletas, de apresuradas ganas por estrujar y inspirar todo ese polvo de oro que nos rodea, tan templado. Las risas habitan en los parques, la piel se atreve en una batalla perdida contra el sol, los ojos se humedecen y mil formas adquieren en ese intento de aprehender al astro.

Erlangen hoy estaba tan bello como nunca antes lo había contemplado. Los transeúntes, bien solitarios, bien acompañados surcaban las calles en las que pequeños corpúsculos flotaban en el aire, atravesado todo él por infinitos rayos de luz. Miles de flores explosionaban en jardines verde esmeralda, el parque era una mina de piedras preciosas, o una paleta emborrachada de un pintor impresionista. Y ese aire olía, tenía un aroma tan tierno, el corazón se aceleraba con planes, con nostalgias de anécdotas idealizadas, de una primavera que ya pasó de una que aún no ha sido. pero que llega, que se asoma.