miércoles, 12 de julio de 2017

Rastrojeras


Al atardecer, agostado el terreno, enhiestos los cortos tallos, pajizos e hirsutos, tras la cosecha practicada bajo la canícula, recogido el grano, enfardada la paja, declinando la jornada de calor, azul índigo el cielo, calmo y deslumbrante, al inicio de la anochecida que se apunta con medio astro rey escondiéndose tras las lomas lejanas, al paso lento y amodorrado del pastueño rebaño de ovejas trasquiladas que regresa, cansinamente, tras la parsimonia vigilante del pastor que ya otea el redil a las afueras de la aldea, y se adivina el campanil de la ermita que anuncie el final de la jornada, una más, con la cosecha abundante y feraz al resguardo de los silos repletos.
Rastrojeras inmaculadas de amarillo extendido a ras de los terrones ajados de fertilidad exprimida, como una estameña extendida sobre el paisaje ralo en el ecuador del estío que arde, consumido, al atardecer del esfuerzo cotidiano, al paso borreguil que vuelve a casa, al sosiego del aprisco, al rescoldo de la noche estrellada que ya se anuncia.
Mientras se saca la hogaza sobre la mesa y se echa un trago largo y fresco del búcaro arrinconado. Y se parten sopas para engordar la sopa que humea, al relente del hervor tenue, para luego dejar que escampe y temple la contundente cena que ahormará los sudores de la jornada, al tanto de la fatiga secular de los pastores y labradores que sueñan ya con la cosecha segada y trillada, al paso de los corderos que ya van naciendo, a rebufo de los balidos tranquilizadores.
Bajo el sosiego nocturno de las rastrojeras, en el descampado adormecido, invitando a dejarnos tumbar extasiados bajo la bóveda cristalina del firmamento cernido sobre la calma interrumpida por el cri cri de los grillos que no callan.


Torre del Mar julio – 2.017  

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