domingo, 15 de febrero de 2015

Fasching in Bruck


Hoy he podido asistir al desfile de Carnaval de Bruck, un barrio de Erlangen, cuidad en la que vivo, estudio y trabajo. Hacía un día precioso y soleado pero con un viento gélido. Me he enfundado mis mejores ropajes invernales, leotardos gordos, y tres capas de ropa cubriéndome de cuello a caderas. Mi mejor y querido plumífero rosa y, he ahí un fallo, unas botas de ante monísimas, que debía haber dejado para otra ocasión, pues no he pensado que a pesar de combinar a la perfección con mi atuendo, mis pies iban a quedar indefensos, y eso que llevaba un par de calcetines extra. Me he puesto en camino, pues he ido en calidad de aupair niñera con mi niño mayor de cuatro añitos. Él estaba muy ilusionado, excitado pero algo reservado, recluido en sus pensamientos acerca de cómo sería el esperado desfile que nunca antes había visto. Como siempre él iba mejor preparado con unas botas de nieve abrigadas a la par que modernas y deportivas, su ropita, su abrigo, y por supuesto, encima de todo aquello, su disfraz de policía. Ambos hemos ido a casa de un amiguito y su mamá para dirigirnos al evento. Y es importante en estos casos no olvidarse la cartera, las llaves y el móvil, por supuesto, y una bolsita por lo que pueda caer. La cartera obviamente es para que el pequeño tenga en todo momento sus necesidades cubiertas, ya sabes, sed, hambre y lo que se presente. Hemos ido con precaución con media hora de antelación, para aparcar si problemas, coger un buen lugar y esperar. Todo iba sobre ruedas, y todos disfrutábamos del amplio abanico de disfraces: los típicos de uniforme, los ordinarios y clásicos de niña, desde bruja, india a princesa, alguno más alternativo, pero clásico al mismo tiempo, de hippy homologado o de animal sobredimensionado. Para decir verdad, todos ellos estaban sobredimensionados pues la temperatura no daba otra opción que poner las vestimentas encima de unas cuantas capas de ropa de calle y el abrigo de turno. Pero los niños encantados, nerviosos y helados pero sin quejarse. Yo estaba empezando a notar el frío que aliviaba de vez en cuando algún rayo de sol que por suerte calentaba parte de mi espalda un pie. Por fin, después de conseguir comida y bebida, pelearnos por una buena ubicación y clamar los nervios y aburrimiento de la espera, empiezan a llegar las carrozas, la música, los caramelos arrojados y majorettes, Este último ingrediente es algo un poco extraño para mí, pues no acostumbro a ver majorettes en los desfiles de España, además las niñitas iban muy finamente vestidas, con medias y falditas muy cortas haciendo alguna que otra pirueta, sin perder la sonrisa. El desfile se ha ido haciendo una total miscelánea, se podían ver desde carretillas al estilo majorette, grandes carrozas de jóvenes bebiendo cerveza, como si el camión de una disco se tratara, algunas asociaciones de padres, guarderías y un gremio novedoso de madres de día... El adusto que podía intentaba caldearse con ayuda de la cerveza o recogiendo caramelos del suelo con sus retoños. Yo intentaba ayudar al mío, mi niño, a recoger lo que podía, con la no poco inquietante dura competencia de tros mayores que ansiaban conseguir el mayor número de caramelos y eso que luego tendrán que esconderlos en algún lugar donde el chiquillo no los alcance. Ya había pasado una hora y aquello no terminaba, mis pies estaban petrificados, dormidos a punto de la amputación, mis manos ahí andaban y no he podido aguantar si preguntar de un modo algo desesperado en mi pobre alemán a la madre que me acompañaba si faltaban muchas más. Ella también se hallaba un poco harta, o eso me ha parecido a mí, y me ha dicho que era su primera vez con la mejor de sus sonrisas. Al fin ha terminado a la hora y media y nos hemos dirigido al coche. Yo como he podido pues mis pies apenas me respondían. Finalmente en el coche la aventura había concluído y con la potente calefacción nos hemos calentado todos, satisfechos y contentos de poder decir que hemos visto el Carnaval de Bruck.

No hay comentarios:

Publicar un comentario